La
reciente sentencia del Tribunal Supremo dando la razón a Andalucía y Cantabria
en su decisión de no apoyar con fondos públicos los centros en los que está implantada
la educación segregada por sexos ha provocado que el ministro Wert, en una de
sus salidas de tono habituales, haya advertido que cambiará la Ley para
permitir que se mantengan los conciertos educativos con este tipo de colegios.
Estos
centros mantienen que niños y niñas
reaccionan de forma diferente y "tienen modos diversos de
vivir su idéntica dignidad personal".
Proponen una educación segregada para proporcionar una mejor atención, desde su
punto de vista, a las variables emocionales, conductuales y evolutivas de ambos
sexos. Se basan en la teoría del diformismo sexual cerebral, es decir, la
diferente estructura y funcionamiento de los cerebros masculino y femenino,
avalada, entre otros por Alberto
Ferrús, investigador del CSIC, quien sostiene que "existen
diferencias y tienen consecuencias en los comportamientos de hombres y mujeres;
por eso, si se quiere conseguir que la sociedad sea igualitaria, no se
debe tratar igual a quienes son diferentes".
Estas
diferencias, por ejemplo, son enumeradas por Juan
Gilbert Rahola que defiende que "en general, el
hombre es más apto que la mujer para las actividades que exigen una profunda
concentración, y particularmente con la pintura y las
matemáticas"; por su parte, la
mujer "es mucho más sensible y sobrepasa al hombre en la capacidad
de realizar diferentes actividades al mismo tiempo". A mí me recuerda aquello de que
“los negros están especialmente dotados para la música”.
La prestigiosa revista Science se hace eco en su número de
septiembre de un artículo en el que se afirma de forma tajante que “No existe
ninguna investigación bien diseñada que muestre que la educación segregada mejora el rendimiento académico de los estudiantes. Sin embargo, sí hay evidencias de que la segregación por sexos
aumenta los estereotipos de género
y legitima el sexismo institucional”.
“La pseudociencia en la educación segregada por sexo” Science 23
September 2011: Vol. 333 no. 6050 pp. 1706-1707
Todos los argumentos a favor de la educación segregada secaen por su propio peso: la influencia de las hormonas en la atención prestada
en el aula, las diferencias cerebrales entre niños y niñas, los hábitos
sociales en las escuelas…
La segregación por sexo responde únicamente a una visión social
marcada por prejuicios morales. De hecho, la mayoría de los 70 centros que
imparten este tipo de ecuación en España están ligados al Opus Dei agrupados en
los colegios de Fomento de Centros de
Enseñanza.
Los
centros que proponen la educación segregada y los estudiosos que avalan sus presupuestos
obvian que todos estos prejuicios han sido superados hace años por lo que se
conoce como la “Teoría sexo-género”:
El
sexo hace referencia a las
diferencias biológicas entre hombres y mujeres. El género se refiere a las
características sociales atribuidas a una persona en función de su sexo. El
género es la identidad asignada y pone de manifiesto las diferencias sociales
entre las mujeres y los hombres que han sido aprendidas e interiorizadas a lo
largo de los años a través de distintos agentes socializadores.
Se
nace con un sexo, pero la
feminidad y la
masculinidad son construcciones sociales, derivadas de la organización que se conoce como patriarcado. Una
vez que se produce la sedentarización y con ella el sentimiento de propiedad, se
establecen pautas de organización de los grupos sociales para asentar las
escalas de poder en el grupo. Los hombres se dedicaron a la realización de una
serie de funciones, y las mujeres a otras. La dedicación a esas funciones es lo
que produce las diferencias por sexo, y no la genética.
Desde
entonces las expectativas sociales son diferentes para las mujeres y para los
hombres. Es lo que se conoce con el “rol
de género”, es previo al nacimiento del sujeto, pues ya antes de nacer se
piensa en la criatura en clave de género y conlleva modelos diferentes que son
interiorizados por los sujetos a través del aprendizaje social. Estos
estereotipos se convierten en creencias y hábitos tan arraigados que parecen derivarse
de la naturaleza, cuando en realidad son construcciones sociales.
Ésa es la base de la
diferenciación entre los sexos. En realidad, mujeres y hombres tenemos las
mismas capacidades, experimentamos los mismos sentimientos y podemos realizar
las mismas funciones.
El Supremo, en su sentencia actual se refiere a la legalidad
de las decisiones adoptadas por Andalucía y Cantabria de negar el concierto
educativo a los centros que segregan por sexos, basándose en que no deben ser
sostenidos con fondos públicos aquellos centros que no cumplen la LOE
“Nadie puso en duda la legitimidad del sistema de
educación diferenciada; cuestión distinta es que a partir de la entrada en
vigor de la Ley Orgánica 2/2006 sea posible que esos centros privados puedan
tener la condición de concertados [...], cuando expresamente en el régimen de
admisión de alumnos se prohíbe la discriminación por razón de sexo [...] Y esa
imposibilidad de obtener conciertos [...] tampoco perturba ningún derecho
constitucional de los padres que conservan el derecho de libre elección de
centro y el de los titulares de la creación de centros con ideario o carácter
propio”.
Es decir, si quieres educar a tus hijos conforme a tus
prejuicios, no lo hagas con el dinero de todos.
El
progreso social y la superación de los
estereotipos conlleva un proceso intencionado de coeducación que se basa en el respeto a la individualidad
personal y sexual, y que promueve las habilidades de relación para ayudar
a las personas a enfrentarse a la vida diaria desde la igualdad. Ello implica fomentar
la cooperación entre los dos sexos, potenciar unas mejores relaciones, basadas
en la confianza, respeto, comprensión, tolerancia y aceptación mutua y favorecer
el respeto a la individualidad personal y sexual, evitando proponer un modelo
único para ambos sexos.
Difícilmente se llegará a una sociedad igualitaria si
desde el inicio proponemos a los chicos y chicas una diferenciación forzada
basada en la pretensión de desigualdad natural
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